Bueno, más de seis años desde mi última publicación, no está nada mal. No tengo mucho que decir. Digamos que he estado ocupado. Pero vuelvo a la carga. Reflexiones recién sacadas del horno que es mi cerebro.
“TODO LO MALO SIEMPRE OCURRE EN
EL PEOR MOMENTO”
Es posible…
O quizá no
tanto. Ciertamente, esta reflexión parte de una premisa falsa. Cuando estamos
teniendo un mal momento tendemos a negativizar y exagerar todo lo que nos
ocurre de forma imprevista. Mientras que, si estamos bien, esos mismos
imprevistos tendemos a dejarlos pasar, pensamos que no importan o que no son
para tanto, y en seguida lo olvidamos. Solo recordamos todo lo que nos ocurrió
cuando estábamos mal porque, según nuestra impresión del momento, fueron “una
serie de catastróficas desdichas”. Un ejemplo puede ayudar a entender este
razonamiento:
Javier
trabaja en una oficina en la que los lunes, justo después del fin de semana,
hay más faena acumulada que cualquier otro día, por tanto, si quiere acabar a
su hora, debe de trabajar más rápido que de normal, ergo ir más estresado. Los
viernes es todo lo contrario, no hay casi faena y puede ir más tranquilo.
Un lunes se
estropea la impresora y Javier no puede empezar a imprimir todo el papeleo que
debe rellenar, todo se retrasa hasta que logra arreglarla. Además, algunas de
las facturas de la semana pasada no le cuadran y tiene que dedicar algún rato a
rectificarlas, cosa que tampoco le suele pasar, y para colmo se ha olvidado el
almuerzo en casa. Cuando acaba el lunes Javier solo puede pensar “qué asco de día”.
Por fin es
viernes, Javier llega a la oficina y observa en su correo electrónico que no
hay casi papeleo, podrá acabar dos horas antes de lo normal y dedicarlas a
repasar facturas de otros días. La impresora se pudo arreglar, pero como ya
tiene muchos años de vez en cuando vuelve a fallar, así que los primeros quince minutos de su última jornada semanal se los pasa intentando hacer que la
impresora cumpla con su función. Cuando lo consigue, imprime todo lo que tiene
en el email y comienza su trabajo. Como había supuesto, acaba bastante antes de
su hora y, como son más de las once decide dar un bocado para reponer fuerzas.
Hoy no tenía pan en casa, así que se baja a la cafetería y se compra un buen
almuerzo. A los diez minutos vuelve a subir y se pone a repasar facturas hasta
la hora de irse a casa. Estaban todas bien excepto dos o tres que tuvo que
rectificar en un momento. A la una acaba su jornada y se va a casa pensando “un
día tranquilito, y además ya es finde”.
A Javier le
ocurrió exactamente lo mismo el lunes y el viernes (la impresora no funcionaba,
no tenía almuerzo y tuvo que rectificar facturas), la diferencia es que el
lunes estaba mucho más estresado que el viernes, y enfocó esos imprevistos de
manera distinta. El lunes pasará a su memoria como “el lunes negro”, mientras
que el viernes solo será otro día más.
Por tanto, no
es verdad que las peores cosas ocurren en los peores momentos. Las peores cosas
pueden ocurrir a todas horas. Lo único que cambia es la perspectiva con la que
las afrontamos. Y esta perspectiva viene dada en función de nuestro estado de
ánimo del momento en el que ocurren dichas cosas. La diferencia está en que
tendemos a acordarnos más de las que nos ocurren cuando lo estamos pasando mal,
y de ahí surge la frase "las desgracias nunca vienen solas".