martes, 19 de septiembre de 2017

Triviales banalidades

Bueno, más de seis años desde mi última publicación, no está nada mal. No tengo mucho que decir. Digamos que he estado ocupado. Pero vuelvo a la carga. Reflexiones recién sacadas del horno que es mi cerebro.


“TODO LO MALO SIEMPRE OCURRE EN EL PEOR MOMENTO”

Es posible…
O quizá no tanto. Ciertamente, esta reflexión parte de una premisa falsa. Cuando estamos teniendo un mal momento tendemos a negativizar y exagerar todo lo que nos ocurre de forma imprevista. Mientras que, si estamos bien, esos mismos imprevistos tendemos a dejarlos pasar, pensamos que no importan o que no son para tanto, y en seguida lo olvidamos. Solo recordamos todo lo que nos ocurrió cuando estábamos mal porque, según nuestra impresión del momento, fueron “una serie de catastróficas desdichas”. Un ejemplo puede ayudar a entender este razonamiento:
Javier trabaja en una oficina en la que los lunes, justo después del fin de semana, hay más faena acumulada que cualquier otro día, por tanto, si quiere acabar a su hora, debe de trabajar más rápido que de normal, ergo ir más estresado. Los viernes es todo lo contrario, no hay casi faena y puede ir más tranquilo.
Un lunes se estropea la impresora y Javier no puede empezar a imprimir todo el papeleo que debe rellenar, todo se retrasa hasta que logra arreglarla. Además, algunas de las facturas de la semana pasada no le cuadran y tiene que dedicar algún rato a rectificarlas, cosa que tampoco le suele pasar, y para colmo se ha olvidado el almuerzo en casa. Cuando acaba el lunes Javier solo puede pensar “qué asco de día”.
Por fin es viernes, Javier llega a la oficina y observa en su correo electrónico que no hay casi papeleo, podrá acabar dos horas antes de lo normal y dedicarlas a repasar facturas de otros días. La impresora se pudo arreglar, pero como ya tiene muchos años de vez en cuando vuelve a fallar, así que los primeros quince minutos de su última jornada semanal se los pasa intentando hacer que la impresora cumpla con su función. Cuando lo consigue, imprime todo lo que tiene en el email y comienza su trabajo. Como había supuesto, acaba bastante antes de su hora y, como son más de las once decide dar un bocado para reponer fuerzas. Hoy no tenía pan en casa, así que se baja a la cafetería y se compra un buen almuerzo. A los diez minutos vuelve a subir y se pone a repasar facturas hasta la hora de irse a casa. Estaban todas bien excepto dos o tres que tuvo que rectificar en un momento. A la una acaba su jornada y se va a casa pensando “un día tranquilito, y además ya es finde”.
A Javier le ocurrió exactamente lo mismo el lunes y el viernes (la impresora no funcionaba, no tenía almuerzo y tuvo que rectificar facturas), la diferencia es que el lunes estaba mucho más estresado que el viernes, y enfocó esos imprevistos de manera distinta. El lunes pasará a su memoria como “el lunes negro”, mientras que el viernes solo será otro día más.

Por tanto, no es verdad que las peores cosas ocurren en los peores momentos. Las peores cosas pueden ocurrir a todas horas. Lo único que cambia es la perspectiva con la que las afrontamos. Y esta perspectiva viene dada en función de nuestro estado de ánimo del momento en el que ocurren dichas cosas. La diferencia está en que tendemos a acordarnos más de las que nos ocurren cuando lo estamos pasando mal, y de ahí surge la frase "las desgracias nunca vienen solas".